domingo, 23 de agosto de 2009

El controlador (sin terminar)

Supe una vez de una historia africana. Al parecer algo en el interior de la sabana dominaba a los extranjeros peregrinos que arribaban al viejo continente.
Luego de varias noches sin poder conciliar el sueño creo que he recordado al fin, de que se trataba este mito: “todo aquel que cruce las barreras invisibles de la salvaje África e intente describir lo que aquí sucede, será sentenciado a padecer un destino totalmente distinto al de su voluntad, no pudiendo transcribir la realidad mas que lo que los 3 espíritus protectores concedan.” versó una vez un chaman negro. Es raro que me haya acordado de este viejísimo cuento después de tantos años viviendo aquí en Sudáfrica. No recuerdo como es que este relato llego a mis oídos, aunque debo admitir que hoy que mi prosa es conocida en todo el mundo, que mis libros son leídos desde niños hasta adultos, debo admitir por fin y sin más rodeos, que estoy asustado. Escéptico fervoroso como fui o más bien soy, no creí en dichas palabras de advertencia en un comienzo, sin embargo el arrepentimiento me ha llegado en hora buena a mis 82 años.
¿Qué es lo que escribo sino obras ajena a mí? No soy pues lo que creo ser, o tal vez si, pero no mi prosa, no esos versos endemoniados que tiempo atrás escribí.
Ahora mi mano se mueve en la hoja, y puedo ver en el reflejo de mi lámpara auroras celestes que exhalan de ella; son poderes ficticios de mi cerebro que no controlo y que por mas que crea que lo hago se que solo es un cruel engaño a mi intelecto.
De pronto me encuentro con este, mi último mensaje en esta tierra de nadie. Mañana zarpa mi barco hacia Nice. Dejo para siempre este suelo de muerte y pobreza. Quedaran en mi pasado mis relatos de aventuras, cacerías, tribus y embrujos, ahora puedo ser libre al fin. Puedo ver mi barco encallado, solo unos pocos metros mas… pero ahora me doy cuenta que no existe escapatoria alguna, las palabras se quedaran aquí, el encanto no puede trascender Africa. “No puedo permitir que develes nuestros secretos extraño, en ese caso lo poco que existe aquí, perecería finalmente”, resuena en mi cabeza un idioma desconocido. Siento al fin los hilos que me controlan y comprendo que mi escapatoria en vano fue. Al igual que estos párrafos, mi huida, se hace cenizas y desaparece para siempre. Muere con mi cuerpo aquellos secretos que jamás devele y que muchos menos comprendí, muere mi mano y mi pluma, muere mi voz y mi persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario