viernes, 28 de agosto de 2009

A veces creo q debo sufrir par que los demas no.


Luego de tantas rutinarias maldiciones me encuentro hoy frente a un pensamiento que me habla al oído y se burla de mí. Me dice en un suspiro que el destino me ha deparado una labor imposible de ser rechazada, y que por no haber nacido con marcas en mi cuerpo, deberé lidiar con un peso extra que desde un principio hizo diferenciarme entre otros alegres niños; este, señores, es el infortunio del sufrimiento.
Como muchos de los acertijos con los que nos topamos, no tiene sentido alguno preguntarse: “¿Por qué a mi?” y si bien es fácil concluir esto ahora, una vez clarificado mi propósito, no lo fue en el pasado, tiempos en que empeñarse en luchar contra la adversidad solo provocaba la reacción opuesta. Momentos ilusorios de felicidad y depresión se revelan hoy ante mi como un enfrentamiento constante por superarse carente de sentido, para volver a caer finalmente en el abismo de lo irremediablemente verdadero que es el dolor y la amargura. Por supuesto que existieron sentimientos y recuerdos por así decirlos “memorables”, no estoy negándolos ni pretendo obligarme a creer otra cosa: veranos en familia, interminables juegos de infancia, tardes y noches de festejos, mañanas de entrenamientos, cielos tornasolados, y quien sabe que otras cosas me han hecho feliz anteriormente.
Concluyo entonces que sin lugar a dudas todo es parte de la misma estructura prediseñada de la tortura, cuyos pilares se manifiestan directamente en mí cual un dictador totalitario, quien se apodera de mi inconciente y le suministra los parámetros adecuados para que no vea mi verdadero objetivo en este planeta, que seamos sinceros, no es otra cosa que un gran conjunto de metas. Y justamente debido a que nuestros fines esperan ser alcanzados, es que yo deberé cumplir el mío, para que no interfiera en el de los demás (no sea cosa que intente descifrar de que trata ser libre). Forzado estoy a atravesar padeciendo mis días, esperando continuamente un nuevo dolor que me aborde, para hundirme aun mas en mi estado desesperado; Y esto ultimo es así ya que a diferencia de la creencia popular, este martirio, no construye, uno no se forja junto con él y agiganta su persona, NO! Todo lo contrario, uno de va derrumbando poco a poco con cada golpe de palmas, con cada estruendo.
Pero bueno quien soy yo para modificar mi destino o si quiera opinar sobre el, miles de hombres en la historia han fracasado, que me hace pensar que pueda ser yo el torque necesario para dar vuelta la rosca de esta gran maquina que algunos llaman vida.

domingo, 23 de agosto de 2009

El controlador (sin terminar)

Supe una vez de una historia africana. Al parecer algo en el interior de la sabana dominaba a los extranjeros peregrinos que arribaban al viejo continente.
Luego de varias noches sin poder conciliar el sueño creo que he recordado al fin, de que se trataba este mito: “todo aquel que cruce las barreras invisibles de la salvaje África e intente describir lo que aquí sucede, será sentenciado a padecer un destino totalmente distinto al de su voluntad, no pudiendo transcribir la realidad mas que lo que los 3 espíritus protectores concedan.” versó una vez un chaman negro. Es raro que me haya acordado de este viejísimo cuento después de tantos años viviendo aquí en Sudáfrica. No recuerdo como es que este relato llego a mis oídos, aunque debo admitir que hoy que mi prosa es conocida en todo el mundo, que mis libros son leídos desde niños hasta adultos, debo admitir por fin y sin más rodeos, que estoy asustado. Escéptico fervoroso como fui o más bien soy, no creí en dichas palabras de advertencia en un comienzo, sin embargo el arrepentimiento me ha llegado en hora buena a mis 82 años.
¿Qué es lo que escribo sino obras ajena a mí? No soy pues lo que creo ser, o tal vez si, pero no mi prosa, no esos versos endemoniados que tiempo atrás escribí.
Ahora mi mano se mueve en la hoja, y puedo ver en el reflejo de mi lámpara auroras celestes que exhalan de ella; son poderes ficticios de mi cerebro que no controlo y que por mas que crea que lo hago se que solo es un cruel engaño a mi intelecto.
De pronto me encuentro con este, mi último mensaje en esta tierra de nadie. Mañana zarpa mi barco hacia Nice. Dejo para siempre este suelo de muerte y pobreza. Quedaran en mi pasado mis relatos de aventuras, cacerías, tribus y embrujos, ahora puedo ser libre al fin. Puedo ver mi barco encallado, solo unos pocos metros mas… pero ahora me doy cuenta que no existe escapatoria alguna, las palabras se quedaran aquí, el encanto no puede trascender Africa. “No puedo permitir que develes nuestros secretos extraño, en ese caso lo poco que existe aquí, perecería finalmente”, resuena en mi cabeza un idioma desconocido. Siento al fin los hilos que me controlan y comprendo que mi escapatoria en vano fue. Al igual que estos párrafos, mi huida, se hace cenizas y desaparece para siempre. Muere con mi cuerpo aquellos secretos que jamás devele y que muchos menos comprendí, muere mi mano y mi pluma, muere mi voz y mi persona.